martes, 9 de febrero de 2016

Capítulo 2

Yacía deambulando por aquellas calles oscuras, estrechas y vacías, como un alma en pena buscando un poco de cariño y un hogar donde poder sentir que tenía una familia. No pasaba ni un día en el que pensara que podría haber pasado si a mis hermanos  a mí no nos hubieran abandonado aquel día en aquella caja de cartón al lado de un contenedor de basura. Aún recuerdo lo asustando que estábamos al despertarnos sin mamá. Aún siendo cachorros, solos, bajo la lluvia. Era el sueño de todo perro.

Ladrábamos y ladrábamos pero ningún alma caritativa se acercaba y nos refugiaba en su humilde hogar. No sé cuánto tiempo pudimos pasar en aquellas cajas todos juntos. Poco a poco mis hermanos y yo nos fuimos separando. Una chica morena, un niño y una madre, un abuelo, se los iban llevando y les iban dando un cobijo. Sólo quedamos dos hasta que un señor se quejó a la comunidad y nos echó.

Una perrita blanca con una mancha marrón claro en el ojo izquierdo y yo. Sin saber muy bien a dónde ir seguimos a un muchacho con un skate bajo su brazo izquierdo. Éste se montó en su skate sin percatarse que íbamos detrás. Empezó a alejarse y mi hermana y yo salimos tras él ladrando una vez tras otra. Cuando el chico nos escuchó rápidamente se desmontó de su skate y se giró. Sorprendido nos acarició.

- ¿Pero qué hacéis aquí? - preguntó y rápidamente nos cogió a los dos; uno en cada mano.

Se volvió a montar en su skate y nos llevó a su casa. ¡Por fin! ¡Por fin íbamos a tener un casa! O eso pensábamos.

Nos dio agua y un poco de comida. Jugó con nosotros, pero la tranquilidad desapareció cuando su madre apareció dando gritos.

- ¡Qué hacen aquí dos cachorros, Javier!
- Han venido detrás mía cuando iba al skatepark y pensé que podrían tener hambre - agachó la cabeza
- ¿Pero no sabes que pueden tener pulgas? ¿Que hay que mantenerlos? O que quizás se han perdido y tú los tienes aquí como un idiota - alzo tanto la voz que nos empezó a intimidar
- Pero - tartamudeó -  no tienen collarín
- ¿Y? ¡Cuántas veces te he dicho que no quiero animales en casa!
- Vale mamá, pero deja de gritar, ¡los estás asustando!
- Mejor, así se irán antes y no querrán volver

El muchacho nos miró con cara triste y cogió los platos donde nos había puesto el agua y la comida y los sacó fuera a la puerta. Después volvió a por nosotros y nos dijo que siempre que volviéramos tendríamos comida allí esperándonos. Y fue así durante las tres próximas semanas. Siempre nos esperaba con una sonrisa y nos rascaba la barbilla a la misma hora. Pero aún sin entender muy bien porqué no lo volvimos a ver más y la comida desapareció. Mi hermana y yo nos convencimos que no fue decisión suya, sino de su madre, para así tener un bonito recuerdo de Javier.

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